viernes, 1 de abril de 2016

LA VIDA SECRETA DE JESUS. ( VIDEO )

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RUPTURA DEL CRISTIANISMO.IGLESIA ORTODOXA.( VIDEO

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JESUS EL MESIAS.VERSION ISLAMICA



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EL SERMON DEL MONTE. (VIDEO)

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La ley de Moisés y la ley de Cristo

La ley de Moisés y la ley de Cristo

 
 
 
 
 
 
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La ley de Moisés y la ley de Cristo
Autor: Paulo Arieu
Introducción:
Llamamos Ley de Moisés, o Ley Mosaica, al conjunto de preceptos que incluyen la ley moral, la ley ceremonial y la ley civil, dadas con todo detalle a Moisés por Dios mismo, unos 1400 años a. C. La dispensación de la Ley de Moisés, abarca desde el Sinai hasta el Calvario. Su propósito fue convencer a la humanidad de pecado, y exponer la magnitud de éste, al comparar sus vidas torcidas con las altas demandas de Dios. Además, la Ley debía educar a Israel para ser un modelo entre las naciones, instruir a través de él al resto del mundo, y, por medio de sus muchos tipos, ceremonias y alegorías, anunciar proféticamente el evangelio de salvación por gracia en Cristo.
En la ley de Moisés se incluye lo siguiente:
a. La ley moral, cuyo resumen es el Decálogo o Diez Mandamientos, (Éx. 20:1-17; Deut. 5:6-21).
Los primeros cuatro mandamientos del Decálogo contienen nuestros deberes hacia Dios. Los seis restantes, contienen nuestros deberes hacia nuestro prójimo. Hay muchos otros preceptos morales que son una ampliación del Decálogo, o sus aplicaciones a casos particulares minuciosos. Su propósito era formar un pueblo santo, ejemplo del mundo.
b. La ley religiosa: ritos, sacrificios, ceremonias, lavamientos, purificaciones, preceptos higiénicos y dietéticos, ofrendas, etc., que se detallan desde Éxodo a Deuteronomio. Su propósito era proveer salvación al pueblo, al anunciarle proféticamente a Cristo a través de sus diferentes tipos y alegorías.
c. La ley civil: leyes sociales, prácticas humanitarias, consejos prácticos sobre la agricultura, economía, salubridad, etc. Su propósito era reglamentar todos los aspectos de la vida del pueblo escogido para hacerlo ordenado y próspero.
Recordemos LA TRIPLE DIMENSIÓN DE LA LEY
El Pacto mosaico no sólo tiene una dimensión legal sino otra salvífica.
Rom. 3:31; 1.a Cor. 9:21; Sant. 1:25; 2:8; 2:9; Juan 14:15, 21; 15:10; I Jn. 2:3-5, 22-24; I Cor. 7:19
La Ley del Sinaí era para un pueblo redimido. No fue dada como «camino de salvación» (¡en esto consistió la perversión que de la Ley hicieron los fariseos!), sino como una norma santa para un pueblo llamado a ser santo. Aún más, la Ley no solamente contenía preceptos morales que desarrollan lo proclamado en los 10 mandamientos, sino que constaba también de una larga y compleja sección litúrgica.
Ya la Fórmula de Concordia, el año 1576, definió la Ley en su triple dimensión práctica:
La ley de Dios fue dada al hombre por tres razones:
1. Para la disciplina, para que la iniquidad sea contenida con ciertas barreras
2. Para que los hombres sean llevados al conocimiento de sus pecados;
3. Para que los hombres regenerados, en los cuales todavía perdura la carne y la servidumbre, pudieran tener alguna regla segura por la cual pudieran, y debieran, ajustar su vida.»
Es lo que en teología bíblica ha venido llamándose el triple uso de la Ley:
  • “Me ha sido necesario escribiros amonestándoos que contendáis eficazmente por la fe que ha sido una vez dada á los santos. ” (Jud. 1.3)
Se que existe mucha confusión en torno al verdadero sentido bíblico de la Ley y el lugar que ocupa en la economía de la salvación.
En la Biblia hallamos dos leyes, mejor conocidas como los dos testamentos. Sus reglas son distintas; por tanto es imposible guardar las dos. Pero esto no las hace contradecirse, pues el mismo Dios es autor de ambas. Antes bien, fueron escritas para dos épocas distintas. La ley antigua (Torah) sirvió bien para su época particular; la nueva (Gracia) sirve bien ahora. Consideremos las dos en más detalle.
La mayoría de las iglesias hoy en día no hacen una distinción clara entre el Antiguo Testamento y el Nuevo. Ya que es imposible guardar los dos, escogen y aceptan sólo las partes de ellos que les gustan, y rechazan lo demás. Por ejemplo, aunque ninguna iglesia de hoy guarda toda la ley de Moisés, muchos se justifican en su participación en la guerra citando Escrituras y ejemplos del Antiguo Testamento. Así rechazan la enseñanza clara que Cristo y los apóstoles dieron que debemos amar a los enemigos y hacerles bien.
Otro error común pervierte la doctrina de la gracia. Muchos al Antiguo Testamento lo llaman la ley, como si fuera la única ley; y al Nuevo Testamento lo llaman la gracia, como si no hubiera en él nada más que gracia. Algunos reconocen que es necesario tener tanto la ley como la gracia, pero reemplazan la ley de Cristo con la ley de Moisés, así invalidando la gracia.“Si por la ley (del Antiguo Testamento) fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo” (Gál. 2.21). Otros enseñan que ya que estamos bajo la gracia no necesitamos de ninguna ley. Pero amigo, aunque ya no estamos bajo la ley de Moisés, los mandatos de Cristo y sus apóstoles nos son una ley. Son la ley de Cristo.
La gracia es el gran don de Dios para nuestra salvación y el poder del Espíritu para vencer nuestra naturaleza pecaminosa. Pero en el Nuevo Testamento encontramos tanto la ley de Cristo como su gracia. El apóstol Pablo dijo que él no estaba “sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo” (I Cor. 9.21).
La Ley es el conjunto de instrucciones de Dios concernientes al correcto comportamiento moral, social y religioso de Su pueblo, que se encuentra en los primeros cinco libros de la Biblia (la “Ley de Moisés” o Pentateuco).
Es la reflexión misma de la naturaleza de Dios, porque en ella Dios habla de la abundancia de Su corazón. Por tanto, ya que Dios es puro, la Ley lo es; como Dios es santo, la Ley es santa.
Consiste en:
a. los Diez mandamientos (Ex. 20),
b. reglas para la vida social (ej. Ex. 21:1-23:33)
c. y para la adoración a Dios (ej. Ex. 25:1- 31:8).
Por medio de la entrega de la Ley, expresión de la voluntad de Dios, se sancionó un Pacto de obras entre Dios y el hombre. A pesar de su perfección, la Ley era y es- incapaz de salvar y otorgarnos eterna comunión con Dios por la incapacidad del hombre para cumplirla.
La Ley es un amo difícil, pues requiere que mantengamos normas perfectas de conducta moral. Cuando fallamos lo cual es inevitable- la Ley produce condenación.
Para ser reo de esta condena de muerte basta con que no cumplamos uno solo de sus preceptos:
  • “porque cualquiera que guarde toda la Ley, pero ofenda en un punto, se hace culpable de todos” (Stgo. 2:10).
Por esta razón, la Ley no perfeccionó nada (Heb. 7:19). Ha sido sólo un guía para mostrarnos nuestra necesidad de gracia, que hallamos en Jesús y el regalo gratuito de la salvación que recibimos a través de El (Gál. 3:24).
El profesor E. F. Kevan, consciente de la necesidad de clarificar los conceptos de Ley, Evangelio, Obras y Fe —ofuscados por el antinomianismo, el dispensacionalismo extremo y el modernismo—, ha prestado un excelente servicio a la Iglesia de nuestra época al escribir su libro The Evangélical Doctrine of the Law.
El profesor Kevan nos recuerda que la Ley no se opone al Evangelio, sino que es una preparación al mismo y logra demostrar que si bien la perfecta ley es la del amor, este amor presupone necesariamente una ley que sea la expresión eterna del carácter y las exigencias de Dios, de Dios que nos ha dicho que es amor. Y que, asimismo, es soberano.
Las Iglesias de la Reforma consideraron siempre que la Ley y el Evangelio constituían dos partes de la Palabra de Dios que servían, por un igual, como medios de gracia. A diferencia de quienes hoy relegan la Ley al Antiguo Testamento —identificando casi ambas cosas— y sólo disciernen la gracia evangélica en el Nuevo, los mejores exégetas que ha tenido la Iglesia han sabido distinguir siempre estos dos grupos de realidades, no como enfrentados entre sí sino complementados, con fines propios, dentro del único plan redentor de Dios revelado en los dos Testamentos.
Es signo de superficialidad concebir la antigua dispensación como un camino de salvación por obras, opuesto a una economía de gracia y fe, vigente sólo en el nuevo pacto. Igual ignorancia bíblica delata el desechar la Ley como algo que servía para Israel pero que no tiene nada que decir a los cristianos hoy, como si Ley y Evangelio fueran términos opuestos e irreconciliables. Todo ello ha introducido la confusión allí donde debería reinar mayor claridad.
Y, como resultado, mucha de la predicación basada —aunque inconscientemente, muchas veces, justo es reconocerlo— en esta exégesis superficial no acierta a establecer la relación bíblica justa y exacta que existe entre la Ley y el Evangelio, las obras y la fe, y ha perdido de vista la correspondencia que liga a ambos Testamentos y el alcance mesiánico de muchos textos del Antiguo Testamento. Se ha olvidado, en ocasiones, trágicamente, la perspectiva unitaria de la Biblia, que constituye uno de sus mayores atractivos y una de las más poderosas razones apologéticas que el Espíritu puede gravar en el alma de los que escuchan su mensaje.
«Temo que esta grande verdad, esta importante verdad —decía Wesley—, sea poco comprendida, no sólo por el mundo, sino por muchos a quienes Dios ha sacado del mundo, por muchos que son verdaderos hijos de Dios…»
¿No deberíamos hacer nuestro este temor del gran evangelista del siglo XVII? Por haberlo hecho así, encomendamos la presente traducción del que consideramos muy importante trabajo del profesor Kevan a la benevolencia del Señor, para que se sirva utilizarlo, en su gracia, como medio clarificador del confuso y enrarecido ambiente teológico de nuestro siglo.
Desde el monte Sinai Dios entregó una ley al pueblo de Israel y mandó a Moisés a escribida. Por eso esa ley llegó a conocerse como la ley de Moisés. El Nuevo Testamento a veces se refiere a ella como “la ley”, mientras se refiere al nuevo orden que Cristo instituyó como “la gracia”.
Bajo aquella ley antigua Dios declaró principios morales. También instituyó un orden civil y religioso que ayudó al pueblo a guardados. Aquella ley con sus ceremonias religiosas señalaba en figuras hacia Cristo.
Si alguno no obedecía la ley de Moisés, tenía que morir.
La ley de Moisés fue provisional: fue hecha para terminarse. “Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan” (Heb. 10.1). Terminó su obra y encontró su fin en Cristo. Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree” (Ro. 10.4).
El gran reformador el Dr. Martín Lutero. Artículos de Esmalcalda Art.4, 3ª parte: Sobre La Ley dijo:
1. Aquí consideramos que la Ley ha sido dada por Dios, en primer término, para colocar un freno al pecado con amenazas y por el temor al castigo y con promesas y ofrecimiento de otorgarnos su Gracia y todo bien. Pero, a causa de la maldad que el pecado ha causado en el hombre, todo esto ha quedado malogrado.
2. Algunos han llegado a ser peores y enemigos de la Ley, porque les prohíbe lo que quisieran hacer con gusto y les manda lo que les disgusta hacer. Por eso, en la medida en que el castigo no lo impida, cometen trasgresión de la Ley, más aún que antes. Tales son las personas groseras y malvadas que hacen el mal cuando tiene ocasión y lugar.(Dr. Martín Lutero)
¿Recuerda usted la historia de Sansón? Sansón juzgó a Israel por veinte años. En aquel tiempo hizo muchas maravillas a favor de Israel. Pero al fin, vencido por los filisteos a causa de sus propias debilidades morales, trajo muerte sobre sí. En su muerte mató a más filisteos que había matado en toda su vida.
Vemos en Sansón una semejanza a la ley de Moisés, la cual también por causa de su debilidad fue terminada (Hebreos 7.18-19). En su abrogación hizo más bien que en todo el tiempo de su aplicación (Heb. 7.22). Muriendo aquella ley falible, pudo efectuarse la ley perfecta de Cristo.
Es claro que Dios así lo planeó desde el principio. Se puede ver en la misma ley de Moisés:
  • Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare. Mas a cualquiera que no oyere mis palabras que él hablare en mi nombre, yo le pediré cuenta” (Deut. 18.18-19).
Estas palabras de Dios mismo señalaron al día en que un legislador más grande que Moisés entregaría una ley superior. Así que Moisés, el escritor del primer pacto, aun al escribirlo predijo su anulación. Al venir los profetas, la atención se volvió aun más hacia el futuro. Isaías y Jeremías describieron más en detalle la naturaleza del reino y la ley que habían de venir.
  • “He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová…Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo” (Jer. 31.31-33).
Ya la Fórmula de Concordia, el año 1576, definió la Ley en su triple dimensión práctica: «La ley de Dios fue dada al hombre por tres razones: 1.a, para la disciplina, para que la iniquidad sea contenida con ciertas barreras; 2.a, para que los hombres sean llevados al conocimiento de sus pecados; y 3.a, para que los hombres regenerados, en los cuales todavía perdura la carne y la servidumbre, pudieran tener alguna regla segura por la cual pudieran, y debieran, ajustar su vida.» Es lo que en teología bíblica ha venido llamándose el triple uso de la Ley:
Usus civilis.
Gal. 3:19;  I Tim. 1:9.
La Ley presupone el pecado y sirve para frenarlo. Coadyuva a la obra de la gracia común que Dios realiza en el mundo.
Usus pedagógicas.
Ro. 3:20; 5:20; 5:13; 7:7, 8, 9, 11; Gál. 2:19; 3:24; 3:21.
Por la ley es el conocimiento del pecado. Sacude la conciencia y lleva a Cristo. En este sentido es un medio de gracia, pues hace consciente al pecador de su incapacidad para cumplir con las exigencias de la santa voluntad de Dios y, cual tutor, conduce a este mismo pecador a los pies de Cristo.
Usus didácticas o normativus.
Ro. 3:31; 1.a Corintios 9:21; Stgo. 1:25; 2:8, 9; Jn. 14:15, 21; 15:10; I Jn. 2:3-5, 22-24; I Cor. 7:19. Este es el llamado «tercer uso de la Ley». La Ley como regla de vida para los cristianos, cuanto que es la expresión de la voluntad del Señor. La Ley como instrumento del Espíritu Santo para llevar a cabo la santificación del creyente. Tanto los antinomianos como los dispensacionalistas extremos (y aun muchos de los que no son tan extremistas) niegan este «tercer uso de la Ley». La lectura serena del cúmulo de textos bíblicos que el profesor Kevan aporta para fundamentar el valor de esta triple división debiera convencer al más ofuscado de los lectores.
Basta recordar estos tres «usos» de la Ley para evitar caer en prejuicios, confusiones o actitudes poco conformes con la Revelación bíblica. Este sencillo esquema del valor triple de la Ley nos liberaría de ciertos disparates homiléticos (hermenéuticos y exegéticos, en el fondo) como aquel que proclama el «fracaso» de Dios en el Sinaí o aquel que habla de la futilidad de la Ley.
Pero para alcanzar esta comprensión bíblica es menester que no sólo entendamos el triple uso de la Ley sino, igualmente, las tres divisiones —o dimensiones— características de la misma. Es aquí donde la falta de discernimiento ha llevado a los más graves malentendidos.
La ley de Cristo
Esta es la ley que Dios pone en el corazón y escribe en la mente (véase Heb. 10.15-16). En Ro. 8.2 se refiere a ella como la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús”. Otras veces el Nuevo Testamento habla sencillamente de la ley de Cristo”. Esta ley se compone de todas las enseñanzas de Cristo y sus apóstoles, grabadas en el Nuevo Testamento. Por medio de ella salimos del cautiverio de la ley de Moisés a la libertad de Cristo. La ley de Moisés declaró la justicia de Dios al hombre pecaminoso. La ley de Cristo nos trae el poder de vivir conforme a esa justicia. La ley de Moisés fue instituida con amenazas de muerte para los desobedientes, pero Jesús vino para salvar a su pueblo de sus pecados, así dándole vida.
La ley de Cristo la conocemos también como la dispensación de la gracia. La gracia no nos da libertad para pecar, sino nos da el poder de vivir libres del pecado.
La ley de Cristo es el cumplimiento del plan perfecto de Dios, formado desde antes de la fundación del mundo para salvar a la humanidad. La ley de Moisés fue dada a causa de las transgresiones, mientras Dios preparaba al mundo para la venida de Cristo.
El plan de Dios
Dios hace todo perfectamente y de una manera ordenada. El cambio de pactos no fue un cambio de parte de Dios por causa de algún error suyo, sino fue el cumplimiento glorioso de la primera fase y la institución de la fase principal de su plan de la salvación.
Dios hizo al hombre perfecto y lo puso en el paraíso del Edén. El pecado del hombre entonces corrompió a la raza humana y al mundo en que vivía. Pero Dios tenía listo un plan para salvarlo. Sin embargo, hasta que este plan se llevara a cabo, fue necesario que el hombre se diera cuenta de la gravedad de su pecado. Por tanto: “La ley ha sido nuestro ayo (maestro), para llevamos a Cristo” (Gál. 3.24). Como el ayo prepara al niño para la madurez por medio de reglas y disciplina, así las normas estrictas y el castigo severo de la ley prepararon a la humanidad para Cristo y su ley.
Las diferencias
La Biblia hace una distinción clara entre la ley vieja y la nueva. Por ejemplo, la ley de Moisés mandó la pena de muerte para ciertos crímenes, y la guerra contra las naciones pecaminosas. En cambio la ley de Cristo nos encarga a amar a nuestros enemigos y a hacer bien a los que nos hacen mal. Eso es porque el nuevo pacto le quita al pueblo de Dios las responsabilidades del estado que le pertenecían bajo el viejo pacto.
Quita también los sacrificios y figuras de la ley, ya que quedan cumplidas en Cristo. En cambio instituye un culto espiritual, dirigido por el Espíritu Santo de modo que sea en espíritu y en verdad. Reemplaza la ley moral, resumida en los diez mandamientos, con la ley más alta de Cristo. Algunos no quieren reconocer este último cambio. Sin embargo, Jesús lo afirmó repetidas veces con sus palabras del Sermón del monte: Oísteis que fue dicho… pero yo os digo”.
Nuestra afirmación
Ya que el mismo Dios estableció primero el viejo pacto, después el nuevo, no es de extrañarse que haya muchas semejanzas entre los dos. Pero podemos afirmar por la autoridad de las Escrituras que la ley de Cristo ha reemplazado completamente la ley de Moisés como nuestra regla de doctrina y conducta. El apóstol escribió hace casi dos mil años que Dios, “al decir: Nuevo pacto, ha dado por viejo al primero; y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer” (Heb. 8.13). Las dos leyes son tan diferentes que no podemos guardar las dos. Es adulterio espiritual procurar servir a ambas (véase Ro. 7.1-6).
La ley de Moisés sirvió bien para su época. Pero si guardamos aquella ley ahora, rechazando la ley de Cristo, traemos sobre nosotros condenación.“De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído” (Gál. 5.4).
Afirmamos, pues, que la Biblia muestra claramente que la única ley válida para hoy día es la ley de Cristo, y sobre ella debemos basar toda nuestra fe y manera de vivir.

La ley y la gracia

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