MARÍA EN LOS EVANGELIOS APÓCRIFOS DE LOS SIGLOS II-III
Manuel Testa
Articulo tomado de Tierra Santa (Enero-Febrero 1989) 7-9
Inicialmente los evangelios apócrifos no tuvieron el sentido de textos falsificados o adulterados que hoy tienen, sino, más bien, el sentido de algo escondido, sustraído a las miradas de los profanos, conocido sólo por los especialistas de doctrinas secretas, especialmente esotéricas, venidas de Oriente. Estos libros gozaban de gran estima entre los cristianos, aunque no perteneciesen a la literatura oficial o canónica de la Gran Iglesia proveniente de la gentilidad. De hecho, no existe ningún documento eclesiástico que los condene. Aun el mismo Decreto Gelasiano, "De libris recipiendis et non recipiendis", redactado hacía el año 500, no tiene carácter oficial.
La literatura apócrifa refleja muy raramente doctrinas heréticas. Está fundada, más bien, en la tradición oral y escrita guardada por los movimientos esotéricos de matriz judeo-cristiana y encratita. De aquí que penetrase también entre los fieles de la Gran Iglesia, sobre todo en la liturgia, en el arte y en la devoción.
Textos apócrifos mariológicos
En los siglos II-III hubo una rica floración de textos apócrifos marianos que tratan de dar una respuesta a los hechos pasados por alto en los Evangelios canónicos relacionados con la prehistoria de María, su educación, su conducta durante la infancia de Jesús, temas apenas tratados por Mateo (cap. I-II) o por Lucas (cap. I-II), además de la actuación de María durante el apostolado de su Hijo y especialmente durante su pasión, muerte y resurrección. También tratan del papel jugado por María en la primitiva Iglesia, de su dormición, asunción al cielo y finalmente de su eficaz intercesión en favor de las almas en pena. Estos temas presentan una doctrina teológica digna de consideración, ya que en armonía con la teología oficial de la Iglesia, aunque formulada a la manera popular.
La prehistoria de María y su educación
Este tema está desarrollado en el Protoevangelio de Santiago que nos describe la vida de María desde su concepción milagrosa hasta su matrimonio putativo con José.
Joaquín y Ana obtienen, con el ayuno y la oración, la Niña prodigio, y desde el primer momento se preocupan de que viva, primeramente en casa y después en el Templo, en un ambiente paradisíaco, de virginidad integral. Para alcanzar esto cooperan también los sacerdotes, que aceptan a la jovencita en el colegio de las vírgenes bordadoras, que se encontraba en el área del Templo. Aquí María era alimentada con alimentos angélicos.
Los sacerdotes del Templo se preocuparon de su pureza legal y la confiaron, apenas llegada a la pubertad, al anciano José, del linaje de David, en un matrimonio putativo y espiritual, que más tarde será común entre los encratitas y entre varias corrientes místicas herederas de los antiguos usos hebreos.
Estas tradiciones orales y legendarias, ciertamente de origen jerosolimitano, sufrieron en el occidente latino cambios radicales, como leemos en el Evangelio del Pseudo-Mateo, de los siglos VII-VIII, y en el Libro de la Natividad de María, escrito en los años
846-849. En el mundo árabe estas tradiciones se han conservado en el Evangelio Arabe, de los siglos VI -VII, y en la Historia de José el Carpintero, redactada en los años 600-650.
La maternidad virginal de María
El Protoevangelio de Santiago desdobla la escena de la Anunciación que, según este texto apócrifo, parte tuvo lugar en la fuente de Nazaret y parte en la casa de María. María habría concebido la Palabra de Dios entre la admiración del mundo entero, el cual habría suspendido su movimiento natural, y el grito de fe de la comadrona, testigos de tan gran prodigio.
El nacimiento del Niño habría tenido lugar en una gruta, durante una teofanía, mientras el Padre celeste lo proclamaba Hijo suyo.
El Evangelio de Bartolomé explica todos estos milagros, con motivo de la concepción y nacimiento de Jesús, con el fin de proclamar que El habría de salvar el mundo entero. Por esto, el Protoevangelio de Santiago, ya en el viaje hacia Belén, presenta a María sonriente y llorante por los dos pueblos que ante su Hijo, signo de contradicción, seguirían dos vías opuestas: la aceptación del Hijo o su rechazo.
María en el día de la Resurrección
Según el Evangelio de Bartolomé y el de Gamaliel, María protagoniza un papel más importante que el de la Magdalena y el de Pedro el día de la Resurrección del Señor, dado que el resucitado se habría aparecido primeramente a su Madre, a quien habría confiado el encargo de comunicar el hecho a los apóstoles.
Es interesante destacar que el Evangelio de Bartolomé vincula en esta aparición la profesión de fe en Cristo resucitado con otra a María, "su Madre-virgen, seno espiritual, tesoro de perlas, arca de salvación de los hijos de Adán".
María en la Iglesia naciente
El Tránsito Romano, desarrollando el texto de los Hechos de los Apóstoles, 1,14, designa a María como madre de los Doce y madre de los salvados, "como viña fructífera en medio de ellos". De hecho, el Evangelio de Bartolomé afirma que los apóstoles reconocieron a María como su guía, sobre todo en la oración, y como causa de su alegría, habiéndose anulado por medio de ella la transgresión de Eva.
Muerte y Asunción de María
Ya en el siglo II los parientes de la Virgen que vivían en Magdala, de tendencias ebionitas-católicas, celebraban en Getsemaní la Traslación de la Gran Pariente, que había sido enterrada en una gruta excavada en la roca. En el relato aparecen muchos elementos de la teología judeo-cristiana, como la trinidad de tipo familiar y angelológica, la doctrina de la escala cósmica y de la merkabah, la traslación de María como las de Enoc y Elías al Paraíso. Temas que serán purificados, sólo parcialmente, por los juanistas severianos de los siglos IV-V que conmemoraban la Dormición de María, negada por algunos monofisitas. Pero serán purificados totalmente por los griegos y latinos de los siglos V-VII que celebraban, más bien, la Asunción de María.
La intercesión de María en el Cielo
Después de la Asunción, María, junto con los apóstoles, visitó los lugares de pena de las ánimas del purgatorio y obtuvo del Señor la suspensión de tales sufrimientos en fechas fijas: de Pascua a Pentecostés, según el Apocalipsis de la Madre del Señor, o el domingo, según el Apocalipsis de Pablo 44.
Varios son, por consiguiente, los temas mariológicos desarrollados en los textos apócrifos de los siglos II-III, bajo la forma de habladurías, leyendas y mitos, que no eran del todo producto de la fantasía, como hoy en día está ya admitido. Estaban fundados en la intuición y en el subconsciente colectivo que, tomando como base un núcleo histórico, lo adornaban del "midrash pesher".
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