lunes, 22 de junio de 2015

LA EXPULSIÓN DEL PARAÍSO: DE LA INOCENCIA A LA CONCIENCIA

La Expulsión del Paraíso: de la Inocencia a la Conciencia

Enviado por Haciendo Alma el 12/09/2013 a las 8:20

Uno de los acontecimientos  que tuvo lugar en la época originaria y que marca la condición actual del hombre es el drama del paraíso. El paraíso es ese espacio primigenio donde el hombre era parte de la totalidad y formaba una unidad con la naturaleza y con Dios. El paraíso es el mundo de la completa satisfacción de los deseos, simboliza un estado de inocencia, de ausencia del mal.
Necesitamos tener consciencia del importante y profundo significado desde el contenido psicológico de esta expulsión del Paraíso, del hecho mitológico judeo-cristiano narrado en ese destierro, y desde el simbolismo inconsciente representado en nosotros a través de él; pues como occidentales cristianos, criados y hechos adultos en esta concepción religiosa, más allá de si nos consideramos ateos o no, este contenido permeó en nuestra psique desde que éramos muy pequeños, y más allá de ello, está introyectada en el inconsciente colectivo, en nuestra sociedad, más allá de nuestra consciencia, marcando desde lo más profundo de nuestra psique el recorrido que vamos tomando en nuestras vivencias.
Esta expulsión se da en el contexto de nuestro mito original de la creación, cuando Adán y Eva estaban en el Jardín del Edén, absolutamente plenos de todo lo que necesitaban, y coloca dos árboles en el medio del Jardín: el Árbol de la Vida, del cual debían comer para tener vida eterna, y del Árbol de la Ciencia del Conocimiento del Bien y del Mal, del cual tenían prohibido comer, pues si lo hacían, ciertamente morirían. El mito, en este caso, resalta que aquel par de árboles estaban cerca, en el centro del Jardín, pero sólo podían comer de uno.
Simbólicamente, es como si Dios hubiese necesitado que “pecáramos”, que le “desobedeciéramos”. Adán y Eva no tenían conciencia del bien y del mal, puesto que eran inocentes, con absoluto desconocimiento de todo en la vida y en el mundo, y de manera interesante el mito lo reconoce: el conocimiento del bien y del mal lo proporcionaba aquel único árbol del cual no podían comer. Desde esta inconsciencia comprensible, Eva es tentada por la serpiente, y termina comiendo del fruto de ese árbol, y además invita a Adán, quien también come de él. En ese momento, y no antes, adquieren conciencia del bien y del mal.
Comer del Árbol de la Ciencia del Conocimiento del Bien y del Mal se convierte entonces en un hecho necesario, pues la simbólica expulsión del Paraíso era requerida para despertar de un sueño cómodo, pero no transformador. Necesitábamos ser expulsados para adquirir experiencia, para aprender de los hechos de la vida, para curtirnos de las circunstancias del mundo, para adquirir consciencia de las cosas, en fin, para hacer alma.
La expulsión del paraíso, la caída de la humanidad, marca la primera ruptura del hombre con la unidad, con el absoluto, y ahí comienzan también el drama del exilio, el drama del alma desterrada. Pero esa expulsión mítica, ese destierro de lo paradisíaco, también nos señala el camino que seguimos a lo largo de nuestra vida. Y nuestra primera expulsión ocurre cuando debemos abandonar el útero materno, dejando de ser fetos para convertirnos en criaturas humanas, es decir, cuando nacemos. Esta expulsión es un hecho doloroso en el sentido físico y emocional, tanto para la madre como para el bebé, y marca el comienzo de una serie de eventos que nos transformarán en el arduo camino de la inocencia a la consciencia.
La Kabbalah o Cábala, disciplina y escuela de pensamiento esotérico relacionada con el judaísmo,  y que está basada en el análisis esotérico de la Torá (texto sagrado de los judíos, al que los cristianos denominan Pentateuco, y que representa los primeros cinco libros de la Biblia), señala que nosotros salimos del Padre, desde la esfera de Kether(del Paraíso, del Jardín del Edén), en la inocencia, hasta la tierra, lo terrenal, lo mundano, en la esfera de Malkuth; y debemos volver a él, pero desde la consciencia. Es decir, que nuestro trabajo es justamente éste, tomar riendas de nuestra vida, desde una postura despierta, con conocimiento de nuestra esencia.
Pero estas expulsiones son constantes en nuestra vida. Somos “arrojados”, por así decirlo, desde vivencias que nos llenan de comodidad, de calma, de ausencia de movimiento psíquico; hasta experiencias dolorosas, pero que nos ofrecen crecimiento, transformación, toma de consciencia. Ese es el camino de la vida, el camino de la transformación personal. Una expulsión de un paraíso simbólico, que nos permite la construcción de nuestro propio paraíso terrenal.
Desde aquellos espacios donde conservo una inocencia que requiere destierros paradisíacos para transformarme, hasta aquellos donde he logrado hacerme consciente y construir mi propio jardín, mi alma saluda y bendice a tu alma.

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